Conrado Ramiro García Martini MACG
Honor a quien honor merece.
El Dr. Jorge Alberto Saravia Morales, cirujano de pura cepa, de aquellos que nacieron para forjarse su propio destino quirúrgico, sin bombos ni platillos, sin algarabía, pero eso sí, con la honestidad a flor de piel, la sabiduría quirúrgica que solo se obtiene con el estudio y más estudio y con el juicio quirúrgico, que a muchos les falta en cada decisión, que redundará en el bienestar del paciente.
Siempre con la convicción clara y rotunda que la cirugía debe de adaptarse al paciente y no a la inversa. El paciente es único y no hay dos iguales; el padecimiento quirúrgico puede ser el mismo o similar, pero su resolución conlleva un individualismo propio, sin escapar de los conceptos de la técnica quirúrgica.
Fino en sus disecciones, limpio en su técnica quirúrgica, co- nocedor de la anatomía topográfica, erudito en sus limita- ciones, con el precepto claro de “no hacer daño”. Rígido en sus decisiones, jamás llamó la atención a un subalterno en público, supo llevar la nave del Departamento de Cirugía del Hospital Juan José Arévalo Bermejo del IGSS a buena mar.
Nunca olvidaré ver lo por primera vez realizando una her- nioplastía con injerto de fascia lata, síndrome de Ogilvie en una paciente de post parto y su tratamiento quirúrgico, Mucormicosis un caso, Feocromocitoma y su resolución quirúrgica; diagnósticos y tratamientos que se fijan en la memoria del cirujano joven al observar como se solucio- nan y se encaran estas complejas patologías.
Alumno de grandes cirujanos de su época, logró captar su sabiduría y supo superarlos en el caminar de su trayectoria quirúrgica con juicio y sensatez.
Puntual como un reloj suizo, pulcro en su vestir, bata blan- ca a las rodillas, caminar pausado, léxico delicado, claridad en sus explicaciones al paciente, es así como lo vi al pie de la cama del enfermo, con el respeto innato que solo un cirujano verdadero le propicia a su paciente.
Siempre he dicho que a la persona hay que exaltarla en vida, no digamos al maestro y mentor, que se merece un momento de gloria y satisfacción por el deber cumplido.
La cumbre del cirujano es poder llevar al paciente a la mesa de operaciones. Es como el altar de las iglesias, silente, pul- cro, infinito y reverente por el sacerdote, que en este caso es el cirujano.
No hay distracción alguna en la consumación del acto litúr- gico-quirúrgico, no hay distracción alguna de los cinco sen- tidos, dirigidos a ese abdomen abierto, que espera que el artista esculpa con magistral precisión, la disección perfec- ta del hepatocolédoco para la anastomosis en “Y” de Roux.
Compartir y absorber los conocimientos del maestro es un privilegio que pocos saben apreciar. El cirujano maduro que con conocimiento firme enseña a su discípulo su téc- nica quirúrgica, revela de por sí, ese gesto innato de trans- mitir a las generaciones jóvenes, un libro abierto y vivo, sin ningún egoísmo. Así lo vi yo.
Y bien, un día en mis tiempos mozos de cirujano lo oí decir “la cirugía comienza en el post operatorio”.
Como todo en la vida, las rosas tienen espinas, aquellas que nos recuerdan que, para llegar a la cumbre, hay que sortear múltiples obstáculos y así fue para el maestro, fue escalando poco a poco como buen “Sherpa”, para lograr el pico más alto de su propio Everest.
Facultad de Medicina, Hospital Roosevelt, IGSS zona 9, Hospital Nacional de Mazatenango, IGSS de Traumatología y Ortopedia, IGSS zona 6.
Hablaré un poco de las dos pupilas de sus ojos:
Mazatenango de sus amores, vivió una vida quirúrgica ple- na, tanto institucional como privada. Los azares de la vida lo obligaron a regresar a la gran ciudad.
Pero ese retorno hizo que diera un salto vertiginoso, prime- ro como creador verdadero desde cero del Departamento de Cirugía del Hospital General Dr. Juan José Arévalo Ber- mejo, IGSS zona 6 y este fue la culminación de su carrera quirúrgica.
Condujo el Departamento de Cirugía al pie de la letra y al pie del cañón, de 1989 a 1998. Diez años que tuve el pri- vilegio de pertenecer al grupo de Jefes de Servicio, con el convencimiento que se debe de cumplir a cabalidad con el horario, trabajar los fines de semana y días festivos si así lo exigía la patología quirúrgica a resolver; pero dirían mu- chos “y por qué?”, simplemente porque se tenía el ejemplo de la cabeza del Departamento.
En fin, cada vez existen menos personajes de esta talla, ya no hay amor verdadero a la cirugía, ya no hay respeto al maestro, ya no hay lealtad al hospital.
Hoy solo existe un culto al dólar, hoy solo valoran al ciru- jano por lo que gana, no por lo que representa, la misma sociedad ha cambiado, antaño decir “soy médico” se valo- raba como un distintivo especial en el circulo social.
Con el respeto, cariño y profundo agradecimiento que se merece al Dr. Jorge Saravia, no me quedaba más que com- partir esta breve reseña de un cirujano de altos quilates para que las nuevas generaciones de cirujanos les sirva de estímulo el leer estas letras.

